martes, 2 de junio de 2009

LA LEYENDA DE SIR LAUNFAL


La ética de dar, con el efecto sobre el dador como una lección espiritual, está hermosísimamente descripta en la "Visión de Sir Launfal", de Lowells.

El joven y ambicioso caballero Sir Launfal, envuelto en una brillante armadura y llevando lujosos vestidos, parte de su castillo para buscar el "Santo Grial."
En su estandarte lleva la cruz, el símbolo de la benignidad y de la ternura de nuestro Salvador, el amante y humilde, pero el corazón del caballero está lleno de orgullo y desdén para el pobre y necesitado.
Y encuentra a un leproso, y desdeñosamente le arroja una moneda de oro como si arrojara un hueso a un perro hambriento.
"El leproso no alzó el oro del polvo (y dijo):

Mejor para mí es la corteza del pan del pobre; Mejor la bendición de este, Aunque tenga que retirarme de su puerta con las manos vacías.
No son verdaderas limosnas las que solo pueden tomarse con la mano.
Es inútil el oro despreciable de aquel que da solo porque le parece un deber hacerlo; Pero aquel que da parte de su pobreza, y da para quien no está al alcance de su vista
-Ese hilo de Belleza, sostenedor universal, que todo lo penetra y lo une, -
La mano no puede abarcar toda su limosna, El corazón ansioso extiende sus brazos,
Porque un Dios acompaña y provee al alma que antes estaba pereciendo en la obscuridad."

A su regreso Sir Launfal encuentra a otro en posesión de su castillo y se dirige hacia la
puerta.

"Ya viejo y doblegado, gastado y débil
Volvió de su busca del Santo Grial;
Poco caso hacía de la pérdida de su señorío;
Ya no lucía en su capa la cruz,
Pero en lo profundo de su corazón llevaba el signo,
La divisa del pobre y del que sufre."

De nuevo encuentra al leproso, quien nuevamente le pide una limosna. Esta vez el
caballero responde diferentemente.

"Y Sir Launfal dijo: "veo en ti
La imagen de Aquel que murió en el madero;
Tú también has tenido tu corona de espinas,
Tu también has sufrido los escarnios y desprecios del mundo,
Y a tu vida no faltaron
Las heridas en las manos, en los pies, y en el costado;
!Hijo de la clemente María, reconóceme;
Mira, por Él te doy a ti!."

Mira al leproso y sus ojos le traen recuerdos y le reconoce, y

"El corazón se le hizo ceniza y polvo;
Partió en dos su única corteza de pan,
Rompió el hielo en la orilla del arroyuelo,
Y dio de comer y de beber al leproso.
Y una transformación se opera:
"El leproso no estaba ya acurrucado a su lado
Glorioso estaba ante él

Y la Voz aún más dulce que el silencio dijo:

"¡Mira, soy yo, no temas!
En muchas tierras gastaste tu vida sin provecho
Buscando al Santo Grial;
¡Mira, aquí está! - Esta taza que acabas
De llenar en el arroyo para mí;
Esa corteza es mi cuerpo partido para ti,
Esta agua la sangre que por ti derramé en el madero;
La Sagrada Cena se efectúa ciertamente,
En cualquier cosa cuando participamos de las necesidades de otro.
Pues la dádiva sin el dador es estéril;
El que da su propio ser, alimenta a tres con sus limosnas:
Así mismo, a su prójimo hambriento y a mí."

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