domingo, 3 de octubre de 2010

TRANSFORMACIÓN ES IGUAL A DESARROLLO (y II)


En las líneas anteriores nos hemos referido, de una forma general, a los males más importantes o más notables que dominan a la humanidad y que, cuanto antes, deberían servir para transformar en nuevos y positivos hábitos en el hombre. Es cierto que, particularmente en occidente, hay cada vez más personas altruistas, fraternales, solidarios, defensores de los animales y de la naturaleza, voluntarios de ONG, personas de buena voluntad y creyentes y practicantes del bien predicado por Cristo; sin embargo y sabiendo que muchos de ellos han superado el comportamiento casi animal (sexo, drogas, alcohol…) que algunos otros tienen como efecto del dominio del cuerpo de deseos sobre ellos, aún les quedan otros muchos y sutiles aspectos de la personalidad que superar.
Los problemas que nos surgen a diario cuando vamos a hacer gestiones o a trabajar, los problemas con los vecinos, las ofensas que nos puedan hacer y un sin fin de cosas más, nos hacen caer a diario en la crítica, en la envidia, en el rencor y en otros muchos aspectos negativos que aún conservamos. Deberíamos ponernos más en el puesto de los demás, deberíamos tener siempre presente que el mal que nos hacen lo hemos podido hacer o lo hacemos nosotros, deberíamos tener presente que todos estamos evolucionando y que unos van más adelantados que otros pero que también tienen la obligación de perdonar, y, en definitiva, deberíamos razonar más para transformar ese “mal” que nos surge y nos afecta (porque lo llevamos dentro) para así eliminarlo de nosotros mismos.
Está claro que lo que debemos hacer es buscar y ver el lado positivo de cada hecho, de cada circunstancia y de nosotros mismos. Desperdiciar nuestra energía y esfuerzos en los aspectos de la vida que nos causan temores y preocupaciones tampoco nos ayuda en nada, nuestra obligación es buscar una salida o solución que no implique ningún malestar ninguna actitud negativa que afecte a quienes nos rodean. La transformación de un problema o de un mal difícil de erradicar solo se consigue con la buena voluntad y el deseo de superación personal y, para ello, a veces no basta con una sola actuación o decisión sino con varias que ataquen a la raíz del problema, sea sobre el cuerpo de deseos o sea en la manera de enfocar dicho problema. De cualquier forma, un examen sobre nuestras actitudes, hecho cada noche cuando nos acostamos, nos ayudará en gran medida. La transformación de los malestares y barreras entre las personas también se consigue analizado a los demás (poniéndonos en su lugar) e intentando ser más comprensivos y tolerantes. La crítica destructiva que muchas veces hacemos no resuelve nada sino que crea desarmonía en el mundo de los pensamientos y termina afectando a todo aquel que se pone en sintonía con esa vibración. Solo la sustitución del mal por el bien en cada una de las circunstancias crea armonía universal y beneficia a todos a la misma vez.
Aun en el caso de haber obtenido cierto grado de desarrollo espiritual con el cual nos podemos sentir, hasta cierto punto, orgullosos de ser buenos, no debemos dejar de prestar atención a nuestro cuerpo de deseos y a nuestra mente. Más bien al contrario, debemos utilizar a estos cuerpos desde el elevado plano del Espíritu, es decir, observar el mundo y las circunstancias como si estuviéramos fuera de él, sabiendo que esos cuerpos son herramientas a nuestra disposición, para utilizarlas nada más observar cualquier mal o desarmonía. Todos, como Almas, hemos obtenido un grado de desarrollo suficiente de espiritualidad como para estar alerta ante lo que pueda ocurrir a nuestro alrededor y para remediarlo por medio de la transformación. Es esa misma transformación adquirida a lo largo de millones de años la que nos situó hace mucho tiempo como un Yo individual y autoconsciente por encima de los aspectos más bajos y animales de la personalidad. Y es esa misma transformación del mal en bien la que nos tiene que facilitar el poder de observar desde la posición del Espíritu para seguir desarrollando sus podres internos.
Debemos tener claro que desde el momento en que somos conscientes de estas enseñanzas tenemos la obligación de ponerlas en práctica. Nada conseguiremos si actuamos como ese cuerpo de deseos que disfruta con los placeres y haciendo el mal. Ese mismo cuerpo también contiene los más elevados deseos de superación y sentimientos que nos pueden llevar a ser amorosos, caritativos, fraternales y serviciales con el prójimo. La mente, centrada en los problemas, en los deseos y sentimientos inferiores, en los temores y en los asuntos materiales y egoístas de la personalidad, también puede elevarse hacia lo abstracto, hacia los más elevados sentimientos y deseos, y hacia los mundos superiores donde reina la paz y el orden.
Todos tenemos un mismo origen y una misma meta espiritual, por eso de nada sirve ir en contra de las leyes evolutivas creadas por Dios para ayudarnos a alcanzar la perfección. ¿Por qué atrasar dicha perfección? ¿Por qué perder el tiempo teniendo nuestra conciencia en el mundo de los placeres y del materialismo si la podemos tener en los mundos espirituales? Al igual que un guionista y un director de teatro observan su obra para corregir y dirigir a los personajes para que esa obra se perfecta así, nosotros como Almas situadas por encima de la personalidad, debemos observar la vida y nuestros personajes (nuestros cuerpos) para corregirlos y hacer que actúen como lo que verdaderamente somos, hijos de Dios. Es la mejor manera de eliminar el mal de nuestras vidas y de hacer que nuestros cuerpos sean sembradores de semillas de amor y de servicio altruista entre los demás. Así se transforma el mal en bien y se acelera nuestro desarrollo y el de los demás.
Dios es omnipotente y omnipresente, sus bendiciones se derraman por todo el universo y sobre todo ser viviente, Él está deseoso de que sus hijos se perfeccionen y vuelvan a casa y para ello tiene legiones de seres espirituales que colaboran con Su Plan. Tenemos motivos suficientes para dar gracias por todo y para no defraudarle perdiendo el tiempo y las oportunidades que nos concede. Ya es hora de que comencemos a privarnos de lo que no nos sirve para nada y, por el contrario, nos retrasa en el Sendero de Santidad, ya es hora de que abandonemos las actitudes que nos hacen parecer animales egoístas deseosos de placeres y de materialismo, y ya es hora de que elevamos la conciencia y la unamos al Alma para poder manifestar lo que en realidad somos.
El Sol sale cada mañana ofreciéndonos un nuevo día para transformar nuestros defectos en virtudes, en nosotros está tomarlo como un nuevo desafío y oportunidad de hacer el bien, de servir, y de actuar amorosamente con nuestro prójimo. Cada momento incluso, representa una oportunidad de ejercer nuestro libre albedrío y nuestra voluntad para dejar de hacer el mal y transformarlo en buenas acciones, en buenas ideas, en buenos ideales y en buenos pensamientos que ayuden a la humanidad. No hay motivo para esperar a un determinado momento, circunstancia u oportunidad, la buena voluntad y buenas acciones facilitan nuevas y más oportunidades de desarrollo espiritual.
Constantemente tenemos oportunidad de elegir hacer el bien o hacer el mal, pensar bien o pensar mal, tener buenos o malos sentimientos y deseos, hablar bien o hablar mal; luego entonces ¿qué nos impide transformar el mal en bien? Aunque no tengamos nada que hacer siempre tenemos oportunidad de utilizar la mente para crear buenos pensamientos y para desviar los que nos vienen y que nos pueden perjudicar para alcanzar nuestros elevados ideales. El mero hecho de estar haciendo algo por los demás o estar pensando y planificando como servir al prójimo, ya evita que estemos permitiendo la entrada de tentaciones para el mal. A la vez, esta actitud evita que nos vengan o que demos importancia a algunos asuntos que, hasta hace poco se convertían en problemas.
La imitación de Cristo, vivir sus enseñanzas, ayuda enormemente a transformar el mal en bien. La compasión, las enseñanzas esotéricas y el hecho de intentar llevar a la práctica nuestros elevados ideales, también ayudan a la humanidad pero repito, la transformación comienza por nosotros mismos. Si no nos transformamos nosotros mismos no podremos transformar a los demás por medio de un ejemplo de verdadera vida espiritual. Es después de alcanzar una notable transformación cuando nuestra preocupación se debe centrar en ayudar a los demás, antes de esto y si de verdad queremos ser ayudantes de Dios en la tierra, debemos olvidarnos de lo personal y de lo material. Así pues, olvidémonos de la personalidad materialista y actuemos con una conciencia verdaderamente transformadora que impida que el mal se manifieste en nuestras vidas.

Francisco Nieto

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