sábado, 18 de septiembre de 2010

TRANSFORMACIÓN ES IGUAL A DESARROLLO (I)


El mal existe para nosotros desde que, hace millones de años, caímos en las tentaciones y nos dejamos dominar por nuestro cuerpo emocional. Antes de esta caída no éramos responsables de nuestros errores (como tampoco lo son hoy nuestros animales) porque no teníamos lo que hoy conocemos como mente y, por tanto, no razonábamos y mucho menos sabíamos aplicar la pequeña voluntad que comenzaba entonces a florecer. Evidentemente, estamos hablando de un pasado en el que actuábamos más por instinto que por voluntad y razón; entonces teníamos un cuerpo físico, otro vital (también llamado doble etérico) y un último de deseos o astral pero no habíamos desarrollado aún la mente como les ocurre actualmente a los animales domésticos. El cuerpo de deseos actúa como incentivo para la acción, nos impulsa a actuar por medio de deseos, sentimientos y emociones pero, si no hay una mente para razonar dichos impulsos, lo más probable es que elijamos el camino más fácil y que satisfaga nuestros deseos e instinto animal.


Una vez dominados por las tentaciones del mal (los más bajos deseos y pasiones) fue el cuerpo etérico el que colaboró en esa caída convirtiendo la práctica en costumbres y hechos habituales en aquella época. Así es que, cuando con la ayuda de las Jerarquías de Dios, (Ángeles, Arcángeles…) recibimos la semilla de la mente para desarrollarla e imponerla sobre el cuerpo de deseos, estaba tan arraigado el mal en nosotros que, aún desde entonces, (hace millones de años) hasta hoy no hemos conseguido dominar nuestro cuerpo de deseos, ese gran tentador que tantas veces nos hace pecar a diario.


Puesto que ya entonces teníamos el principio pensante, entró en juego para nosotros la Ley de Consecuencia, la que nos devuelve los efectos de las causas que hacemos y como el Plan de Dios es que seamos perfectos como Él lo es, también entro en juego para nuestra evolución la Ley de Renacimiento que hace que recibamos esos efectos normalmente, de una vida para otra. Por consiguiente, si en aquella época aplicábamos la lucha por la supervivencia, y desarrollamos el odio, el ánimo de venganza, la lujuria, etc., etc., etc., nos hemos visto obligados a rectificar hasta que, ya en nuestros días, hemos conseguido transformar parte de esas defectos y maldades en virtudes y en tendencias positivas.


Al principio no éramos conscientes del mal porque nuestra conciencia no estaba enfocada en la tierra (no era de vigilia como ahora) pero el mal, el materialismo, el egoísmo y otros aspectos de la personalidad nos abrió los ojos aquí y perdimos la consciencia que teníamos de los otros mundos (como los animales actuales) y ese fue el origen de lo que hoy llamamos conciencia, por tanto, la conciencia es el resultado y acumulación del sufrimiento padecido después de cada muerte por el mal causado y del bien que hemos hecho y que hemos guardado como base para actuar mejor en cada sucesiva vida.


En definitiva, hemos pasado de ser y de tener una conciencia similar a la de los animales a lo que somos actualmente gracias al sufrimiento causado por nuestros actos y al efecto de éste como impulso para hacer el bien, o lo que lo mismo, gracias a la transformación que hemos conseguido hacer. Como la meta es desarrollar los poderes del Espíritu para espiritualizar el cuerpo de deseos y utilizar estos poderes para nuestro propio desarrollo interno y para el bien de la humanidad, hemos de seguir esforzándonos y sacrificándonos para trasformar el mal existente en nosotros y para ser causantes de un bien superior que atraiga la ayuda que necesitamos hasta aniquilar el mal en la Tierra.


Hoy, gracias a la mente, al discernimiento, a la meditación y a la observación, podemos, y deberíamos ser conscientes de todo el mal que hacemos y por eso podemos afirmar que todo lo malo o inferior puede ser transformado por lo bueno y superior, no se trata nada más que de reconocer ese mal que, a veces más y otras menos notable, llevamos con nosotros. El mayor mal sigue viniendo y tentándonos desde el cuerpo de deseos (pasiones, vicios –tabaco, alcohol, droga, sexo- envidia, celos, odio, rencor, ánimo de venganza, etc.) lo que nos lleva a centrarnos principalmente en él si queremos hacer la transformación necesaria de la personalidad.
Como, por lo general, el desarrollo espiritual alcanzado en millones de años ha sido gracias al sufrimiento y a la imposición de un destino “programado” para ese fin, no es fácil hacer una transformación hacia el bien si no es con la ayuda de la mente razonadora. Por tanto, es la observación de nuestros sentimientos, deseos y emociones la que nos tiene que llevar a meditar sobre lo que somos y lo que hacemos para así discernir sobre lo correcto o incorrecto, sobre el bien y el mal, y sobre lo verdadero y lo falso. Podemos asegurar que estas prácticas ayudan muchísimo a transformar la personalidad y a espiritualizar el carácter, a la vez que atraen la ayuda celestial que merecemos.

En esoterismo se dice que “el mal es un bien en formación” y prueba de ello es el paso que hemos dado desde que éramos casi como animales hasta nuestros días. Ha sido ese mismo mal, en forma de sufrimiento y karma maduro, el que nos ha obligado a trabajar a favor del bien. Pero esa frase también significa que en lo que comúnmente llamamos problemas, aflicciones e impedimentos, también existe el bien, un bien o parte positiva que nos ayudará a superar el problema, a verlo desde otro punto de vista más elevado, y a extraer un beneficio en forma de enseñanza. Por consiguiente, todo mal es transformable. Nunca hemos estado ni estamos obligados a aceptar un mal como algo inevitable, sino que, más bien hemos tenido la oportunidad de contrarrestarlo y transformarlo.


Por desgracia, la mayoría de la humanidad, lejos de corregir sus actitudes o de intentar dicha transformación, lo estimulan y aumentan con sus pensamientos, repercutiendo esto en las auras y haciendo que el interés de quienes pueden ayudarnos desde los mundos superiores se anule. Cuando una persona, sin querer darse cuenta, se dedica a pensar en sus placeres animales, pasiones, vicios e intereses egoístas, además de no transformar nada, está aumentando el poder y la fuerza de todo ello, por tanto, está fortaleciendo esos malos hábitos y está oscureciendo su aura y animalizando su personalidad.

Esto demuestra que es este cuerpo, la mente, el que debemos utilizar como la mejor herramienta para la transformación del mal en bien. Como ocurre con los objetos físicos, dos pensamientos no pueden ocupar un mismo espacio, o sea, si estamos pensando en Dios no podemos estar pensando en el diablo. Lo que nos lleva a comprender que nuestra voluntad debe utilizar a la mente para pensar en el bien y para razonar la manera de no pensar en el mal y así hacer que los malos hábitos mueran de inanición.


Si antes hemos dicho que el cuerpo de deseos es un gran tentador, creador de hábitos que impulsan a pensar y a actuar más mal que bien, ahora también afirmamos que una mente sin control puede pensar en cualquier hecho malo y estimular al cuerpo de deseos, el que, a su vez, nos impulsará a actuar físicamente. Como ejemplo muy actual, el alcohol y otros estimulantes o drogas fuertes, impulsan a pensar en cómo practicar o consumir más de lo mismo y a otras cosas como robar o practicar el sexo como un animal. Una película o revista con escenas sexuales puede hacer que la mente se imagine y piense en ello hasta el punto de estimular el cuerpo de deseos para que busque la manera de satisfacer ese deseo eyaculando. Esto nos lleva a trabajar sobre los dos cuerpos de manera que no pensemos en lo que conocemos como mal, que transformemos los pensamientos negativos que tengamos para hacerlos positivos, y que analicemos nuestros deseos y sentimientos para que no nos dominen los negativos.


Francisco Nieto

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