sábado, 5 de marzo de 2011

EN LUCHA CON LA PERSONALIDAD (y II)




La concentración de la mente, a modo de observación atenta sobre la personalidad, y la persistencia, son imprescindibles para alcanzar los ideales que cada uno se proponga, y para ello es necesaria una disciplina mental, emocional y física. Si a esto añadimos la oración, la devoción, la contemplación y el ejercicio de la retrospección dado por Max Heindel, no cabe duda que venceremos a todo lo que proceda de la personalidad y que no esté de acuerdo con lo que anhelamos. Por lo general aprendemos más de nuestros errores que de cualquier otra experiencia, pero si les hacemos frente con nuestros principios espirituales, el progreso está asegurado por muchas alteraciones que nos traigan las pruebas y tentaciones para caer en el mal. Es un error huir de dichas pruebas y tentaciones o relajarnos para elegir el camino de lo fácil y cómodo, de esa manera no hacemos nada más que atrasar lo que en esta vida debemos superar y alcanzar.

Hay aspirantes que apenas han comenzado a esforzarse por cumplir sus promesas o anhelos espirituales cuando en las primeras pruebas dicen ¡No puedo! o ¡No estoy preparado! Estas personas están faltas de determinación, de persistencia y de confianza propia, lo que les hace unos derrotados conformistas que se niegan a intentarlo o que buscan excusas para no esforzarse y sacrificarse. La indiferencia, la falta de ideales espirituales y la poca aspiración para conseguir dichos ideales están reñidos con la voluntad de espíritu que se debe mantener para dominar y vencer todo lo negativo de la personalidad. La comprensión de las enseñanzas ocultas y espirituales y su estudio y práctica son muy importantes y hay que fomentarlas y mantenerlas como norma en nuestra vida cotidiana. Esto debe ser así si queremos comprender la importancia del progreso espiritual y si, de verdad, queremos sentir que merece la pena todo esfuerzo por muy duro que sea. No solo hay que llevar a la práctica los ejercicios y enseñanzas como las que menciono aquí (entre otras muchas) sino que también ha que mejorarlas y perfeccionarlas. No se puede alcanzar una meta sino se intenta alcanzar una y otra vez, no se evoluciona si no se aprende de los fracasos, y no se aprende si no ponemos nuestra conciencia y nuestra voluntad en las experiencias y en el esfuerzo responsable.

Cuando se dice ¡No puedo! o ¡No estoy preparado! en la mayoría de los casos significa que pensamos que es mejor que lo hagan otros, o lo que es lo mismo, es una manera irresponsable de alejar la carga para que la lleven otros. Sin embargo, que felicidad se siente y que tranquilo se duerme cuando actuamos responsablemente y cumplimos con nuestras obligaciones y con nuestros trabajos internos. El aspirante puede hacer y conseguir mucho más de lo que cree ante las circunstancias adversas, solo es necesario que esté convencido de que “puede” y que no le falta la confianza propia. Somos hijos de Dios y tenemos todas sus posibilidades latentes, por tanto, ¿Por qué no tener confianza propia? Es lógico que cometamos errores y que caigamos en defectos y malos hábitos del pasado, pero eso no significa que debamos darnos por vencidos o que influya de manera que impida tener iniciativas y persistencia.

Alguien dijo que “toda tentación es como una oportunidad para acercarnos a Dios”, es cierto, a lo que yo añado que opino lo mismo respecto a las pruebas del destino siempre que tengamos la intención de purificar el carácter, es decir, la personalidad. Por la vida se puede ir de manera irresponsable, ir por donde van los demás, dejándose llevar por las circunstancias y los placeres, por el camino más fácil y sin querer preocuparse por hacer nada por los demás, vagar por el mundo sin principios ni ideales, actuando egoístamente según convenga, etc. Esa actitud trae poco (por no decir nada) adelanto y sí más bien retraso en el desarrollo espiritual porque es la manera más fácil de caer en las tentaciones y pruebas; es decir, de alejarse de Dios. Pero cuando vamos por la vida intentando llevar a la práctica nuestros elevados ideales y nuestros principios como un recto vivir, y cuando intentamos actuar como nuestros verdadero Yo superior que domina a la personalidad, y cuando manifestamos los ideales de amor y de servicio al prójimo dados por Cristo, entonces las tentaciones y pruebas desaparecen como tal porque son superadas acercándonos así un poquito más a Dios.

Se dice en ocultismo que el mal es un bien en formación y que el mal hecho por ignorancia de la Verdad no es mal porque no se ha alcanzado el verdadero conocimiento, pero también es cierto que nuestra conciencia nos advierte de lo que es correcto, verdadero o bueno y de lo contrario. Y es ahí donde nosotros, gracias a nuestra conciencia, buena voluntad y discernimiento debemos transformar las tentaciones o pruebas en peldaños para acercarnos a Dios. Si nos estudiamos a nosotros mismos y vemos que en nuestra naturaleza inferior o personalidad aún queda resentimiento contra alguien, debemos analizar ese sentimiento profundamente para llevar a la práctica el aspecto contrario. En cada vida debemos elevar todo lo que podamos el aspecto mental, sentimental, moral y espiritual de la personalidad; debemos desarrollar las capacidades del espíritu; (amor, compasión, altruismo, ternura, fraternidad, etc.) debemos, definitivamente, hacer la voluntad de Dios como si Él quisiera manifestarse a través nuestro. Por consiguiente, con cada tentación vencida, con cada prueba superada, con cada meta alcanzada, con cada acto de buena voluntad y con cada buena elección entre el bien y el mal, es como un peldaño más alcanzado para unirnos a nuestro Yo superior y para derrotar a la personalidad materialista.

Lo ideal sería interpretar las tentaciones como pruebas a superar para así purificar el carácter personal, de esta manera estaríamos siempre atentos para actuar en cualquier momento correctamente en pensamiento, palabra y obra. Estando vigilantes y con la consciencia en lo que pensamos, hacemos y decimos, podemos tener la seguridad de que la naturaleza inferior de la personalidad no conseguirá llevarnos a su terreno ni hará que nos tambaleemos ante la tentación del mal. Es mejor interpretar las tentaciones como oportunidades de progreso que no como algo difícil de superar que nos obliga a hacer algo en contra de nuestra voluntad. Con cada tentación superada más poder tenemos sobre ellas y menos posibilidades tienen ellas de hacernos caer. Observad atentamente en vuestra vida diaria y contar ante cuántas tentaciones y pruebas caéis y cuántas vencéis, llevad a cabo los consejos de este artículo así como de otros muchos que hay por ahí y volver a contar vuestras caídas y victorias dentro de un mes; si lo lleváis bien a la práctica podréis decir ¡prueba superada! Sin embargo, si el aspirante desea ir más directamente al grano para doblegar a la personalidad egoísta y material y así acercarse más a su propio Espíritu, debe tener su consciencia y su voluntad en tres principales cosas:

1ª.- La práctica constante del verdadero amor espiritual a todo ser viviente incluyendo su expresión en pensamiento, palabra y obra.
2ª.- El servicio desinteresado a los demás.
3ª.- El sacrificio inegoísta y compasivo por el prójimo.

Si de verdad queremos actuar de esta forma pura, amorosa e impersonal allá donde nos encontremos, debemos poner nuestros propios deseos a disposición de la persona necesitada sin pensar ni siquiera que es un sacrificio. Nuestra intención, al actuar así con los demás, debe ser la de ayudar a los demás de la mejor manera que podamos para que esa persona alcance lo que nosotros mismos desearíamos alcanzar en nuestro desarrollo espiritual.

El amor personal es egoísta y el amor del que hablamos es impersonal, es el que nos obliga a sacrificarnos, es altruista y fraternal y es el que pone al prójimo antes que a nosotros mismos. Pero ¡cuidado! si el amor que queremos implantar en la personalidad está conceptuado como sacrificio o como renuncia ya no es el verdadero amor. Llevando a la práctica el amor natural de Dios, sin motivos ni intereses personales, es como automáticamente estaremos desarrollando las virtudes mencionadas del Espíritu y transformando la personalidad en Alma.

Francisco Nieto

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