domingo, 15 de enero de 2012

AL COMENZAR EL SENDERO (yII)








De cualquier forma y como se suele decir, de lo que se trata es de hacer una “limpieza” en nuestra casa, es decir, en la personalidad. Si queremos ser auxiliares de la humanidad debemos purificarnos a nosotros mismos para así manifestar un buen carecer lleno de sinceras y fraternales intenciones. Pero suele ocurrir en muchos casos que no queremos o no nos apetece analizarnos ni pensar en los defectos que tenemos, así es que muchas veces preferimos hacer “lo que podemos” con tal de no esforzarnos por ser mejores. Si lo enfocamos a través de nuestras responsabilidades y deberes cotidianos podríamos decir que ¿Si no cumplimos con nuestros deberes y responsabilidades físicas cómo vamos a cumplir los propósitos espirituales? Quien de verdad desee cambiar su vida y aspirar a una vida superior debe comenzar primero por hacer bien las pequeñas cosas cotidianas para así ser merecedor de otras obras más grandes. No hay que olvidar que es en el cumplimiento de nuestros deberes y responsabilidades diarias donde se desarrollan las virtudes que nos elevarán a las regiones espirituales; esta es la manera de olvidarnos de esa frase de “hago lo mejor que puedo.” No deberíamos olvidar aquello de que: “Cuando damos lo mejor de nosotros al mundo, nos es dado lo mejor del mundo.” Lo que lleva a preguntarnos. ¿Lo que estoy dando es verdaderamente útil y bueno como ayuda al prójimo? El hecho de auto-observarnos y analizarnos no debería cesar nunca si de verdad queremos espiritualizar el carácter y eliminar todos los defectos que nos hacen egoístamente materialista y muy poco altruistas y fraternales. No es suficiente con tener el propósito de ser mejores personas, hay que disciplinarse e intensificar la auto-observación y la purificación si de verdad queremos ser auxiliares de la humanidad y dar lo mejor de cada uno.

Cuando en momentos de meditación o en la retrospección, nos autoanalizamos nos damos cuenta de que con quien más cometemos errores es con las personas que cocemos y que tratamos, de hecho, pienso que una buena manera de comenzar la espiritualización del carácter es examinando detalladamente nuestro comportamiento con la sociedad. Algunos de los hechos que más nos afectan son las críticas y las opiniones de los demás, no nos damos cuenta de que nos afectan sólo en la medida en que le prestemos atención, lo que significa que si somos indiferentes a ellas no nos afectarán. Estamos más pendientes de las opiniones que digan sobre nosotros para, a continuación defendernos o atacar, que de las que hacen sobre otros y que sí deberíamos intentar disculpar o apaciguar; por tanto es muy aconsejable pensar en la impresión que podamos causar ante los demás en ese sentido. Por otro lado, ni debemos actuar falsamente para que hablen bien de nosotros ni debemos alegrarnos porque lo hagan con sinceridad porque crean tener motivos para ello; la humildad es uno de los estandartes del aspirante.

El aspirante debe saber que algún día –si persiste en sus propósitos– desarrollará ciertos poderes que le permitirán ver y oír por encima de lo normal, por eso debe comenzar desde ya a superar las críticas y opiniones en su contra. Digamos que el aspirante maduro no presta ninguna atención a esos hechos como tampoco lo hace a las adulaciones por sus buenas obras. Pero lo que sí hace éste es analizar las situaciones y darse cuenta de las deudas que se crean los que le critican y opinan del él malintencionadamente. Un aspirante avanzado lo es hasta tal punto que se entristece por el mal que esas personas le hacen, y como tal, toma la decisión de esforzarse más aún para que otros no caigan en la crítica malintencionada porque interpreten mal sus expresiones. Ese es el motivo principal por el cual el aspirante no debe tener dentro de él mismo ninguna semilla que pudiera dar pie a malas interpretaciones ni críticas. Lo primero, más fácil y más importante en los primeros pasos, es evitar toda clase de lenguaje o palabras que puedan ofender, juzgar, menospreciar o simplemente llamar la atención para que otros caigan en la tentación de hacer mal en pensamiento, palabra u obra. Aunque la situación lo requiera y nos obligue a opinar, no debemos ser motivo para que otros hagan el mal; si la opinión es siempre amistosa y con un sentimiento fraternal podremos estar seguros de que no afectará negativamente a nadie.

Una manera de ver todo esto es desde el punto de vista siguiente: Cuando un aspirante se identifica y se pone en el puesto de su interlocutor, por lo general, tiene mucho cuidado para no hacer mal ni dar mal ejemplo de ninguna de las maneras. Por eso, cuando este aspirante actúa como un individuo y sin identificarse con los demás, hiere y ofende a veces aun sin motivos. El hecho de identificarse con los demás e intentar sentir y pensar como ellos ya hace que la expresión sea benevolente en todos los sentidos, es más, se expresaran los más nobles y elevados sentimientos, deseos y sentimientos y no se suele ofender a nadie. El hombre no debe herir ni ofender con sus palabras ni hechos por eso lo más importante es hacer el autoanálisis de cada uno noche tras noche para ver cuándo, dónde y cómo podemos herir aun sin darnos cuenta de ello. Evidentemente, para dejar de hacer mal a los demás hay que comenzar a corregirse uno mismo por la palabra para luego pasar a los deseos, sentimientos y pensamientos, sin embargo, el aspirante maduro y experimentado sabe que la palabra hablada se origina como efecto de un deseo, sentimiento o pensamiento.

Cuando, tras un largo período de prueba, el aspirante serio decide intentar dar el paso definitivo que le podría llevar ante la presencia de un Maestro o Iniciado, comienza a considerar que la mayoría de los placeres de la vida terrenal no ayudan para el progreso y son una pérdida del tiempo. Este es el momento de desechar lo inferior con tal de alcanzar lo superior, y esto se hace más fácil cuando el aspirante percibe lo que es la vida superior, a partir de ahí, lo inferior va dejando de existir. Evidentemente, este abandono de lo inferior debe hacerse con firme propósito y fuerte voluntad porque si hoy se deja un vicio para cogerlo al cabo de unos días nunca se dará ni un solo paso en firme. El abandono de lo inferior debe hacerse con alegría y felicidad interna pero no con orgullo ni complejo de superioridad respecto a otros.

Dicen los que han recorrido parte del sendero de perfección que la evolución se acelera cuando la vida inferior se sacrifica en aras de la superior, es decir, cuando nosotros, como personalidad, nos sacrificamos para eliminar de nuestra vida toda expresión y todo comportamiento egoísta, materialista y animal. Entonces, más que perderse dicha vida se “renace” a otra superior donde nos identificamos cada vez más con el Alma. Cuando decimos “sacrificar la vida“ nos estamos refiriendo a eliminar de nuestra vida todo aquello que nos domine, nos atraiga innecesariamente, nos apegue a lo material o nos impida el propio progreso espiritual; es decir, todo lo que represente a la personalidad. Esta es la única manera de identificarse cada vez más con nuestro Yo superior y, a la vez, la gran prueba para saber si el supuesto aspirante maduro está preparado para entregar su vida –casi todo lo que representa la vida cotidiana– a cambio de “nada”, un “nada” que bien puede convertirse en discipulado de un Iniciado.

Francisco Nieto

lunes, 2 de enero de 2012

AL COMENZAR EL SENDERO (I)







En mi opinión, se puede llamar aspirante espiritual a la persona que en un determinado momento de una determinada vida siente el despertar o impulso que le llevará a buscar medios que satisfagan su inquietud y su sed de desarrollo espiritual. Esta etapa que, tarde o temprano, todo ser humano debe experimentar, es la más difícil de superar y, por consiguiente, cuando más aspirantes fracasan. La explicación a esto es fácil puesto que de lo que se trata es de llevar a la práctica dicho impulso espiritual. Precisamente uno de los motivos por los que muchos fracasan es por tener prisa en obtener resultados sin saber que éstos tardan a veces incluso años dependiendo del esfuerzo, sacrificio y desarrollo que cada uno tenga. Las prisas llevan a eliminar de nuestra vida todo aquello que nos dicen que es incompatible –alcohol, tabaco, pasiones animales, críticas…– y todo se hace porque hay unos primeros síntomas de “vivir la vida” de otra forma, sin embargo, en estas primeras decisiones y acciones los resultados son más ilusorios y superficiales que los que se obtienen al cabo de unos años de persistencia. El simple hecho de sentir que despiertan ciertos ideales elevados, anima a acelerar el proceso y a tener más prisa sin saber aún que aguardan muchas y duras pruebas que superar.

Se leen muchos libros que otros aspirantes aconsejan, se acude a conferencias, se hacen cursos y se busca conocimiento en todos los sitios sin saber que lo que se busca está en el interior de cada uno y no fuera. Es cierto que todo esto trae resultados y que muchas cosas están así puestas en el destino de cada uno, pero no deja de ser una mera introducción a la vida superior. El entusiasmo, los amigos, los libros, etc., suelen, a veces, desviar al buscador terminando éste fuera de lo que verdaderamente debería buscar y trabajar. Así es que, la impaciencia y el hecho de no tener claro lo que es la verdadera vida espiritual son en muchos casos, motivo de fracaso o de desvíos del camino que, muy posiblemente, tenía predestinado antes de renacer. Cuando una persona desea aprender inglés y, guiándose por su entusiasmo y por su impaciencia, decide hacerlo con varios métodos a la vez, no sabe que está atrasando su aprendizaje, pues, está demostrado que se obtiene más ventaja cuando uno se concentra sobre un solo método que sobre varios a la vez. No se debe dejar el camino o pararse a contemplar las flores por muy atractivas que nos parezcan, una vez iniciado el sendero hay que tener persistencia, paciencia y unos ideales elevados que nos recuerden cuál es nuestra meta.

Es cierto que, normalmente, nos queda poco tiempo para dedicarnos a hacer ejercicios espirituales, sobre todo porque hay que dar prioridad a nuestras responsabilidades y deberes sociales y cotidianos, pero eso no significa que nos podamos desviar de nuestros propósitos espirituales diciendo aquello de que “todos los caminos llevan a Roma”. Cada uno de nosotros puede estar en el sendero cumpliendo sus obligaciones laborales y sociales por el sólo hecho de hacer las cosas con amor, como si fueran para Dios o con cualquier otro motivo que mantenga nuestra mente en lo más elevado de nuestro Ser. No es lo mismo no acordarse de los propósitos espirituales nada más que un rato cuando se llega a casa, que tener la consciencia en todo lo que hacemos pensando en Dios, en Cristo o simplemente en que deseamos de corazón hacernos instrumentos de Dios entre la gente que nos rodea. De nada servirá obtener mucho conocimiento si no se aplica y se lleva a la practica cada vez que se nos presente la ocasión; es necesario un recto pensar, un recto sentir y una recta actitud ante los demás para que el conocimiento nos aporte cierto desarrollo espiritual.

El aspirante espiritual debe saber que el verdadero desperar, la madurez que procede del Yo superior, no se adquiere en unos meses o en pocos años, ésta se adquiere tras un proceso lento de gestación y siguiendo un buen o eficaz método. Es importante y necesario que el aspirante obtenga conocimiento de los ejercicios más adecuados para acelerar su crecimiento, un ejemplo de ellos son: la concentración, la meditación, la oración, y la retrospección que aconseja Max Heindel en el “Concepto Rosacruz del Cosmos.” Si a esto añadimos la oración, la adoración y la contemplación y, a la vez, se intenta servir con amor y altruismo al prójimo, no hará duda de que pronto se notará cierta espiritualización del carácter. A los que tienen mucha prisa les parecerá un proceso largo y lento, sin embargo, es el más seguro y rápido, y cuando se asiente en el carácter como base para vivir la vida será muy difícil que el aspirante se desvíe del camino y de sus ideales.

Cuando el aspirante a la vida superior lleva a la práctica sus primeras decisiones le parece que todo sale a pedir de boca, cuando se quita de sus vicios más comunes se alegra, lo ve todo fácil y observa que sus relaciones con los demás mejoran. Esto es similar al hecho de que cuando un negocio es rentable el dueño es feliz y siente el apoyo y el afecto de quienes le rodean; pero cuando cambia su suerte también cambian dichos apoyos y afectos quedándose así sólo ante los obstáculos. Es en estas pruebas que surgen, sobre todo, al principio, cuando el aspirante tiene que demostrar su firmeza de propósito y decidir si de verdad desea alcanzar esa vida superior o, por el contrario, se deja llevar por el desaliento y el fracaso. Son muchos los casos de aspirantes en que se toma la vía de menor resistencia y se dejan derrotar por los problemas aún entiendo algún buen consejero cerca. La firmeza en el propósito y la persistencia son dos virtudes que siempre deben estar presentes en el aspirante, sin embargo, eso de poco sirve si no se tiene un ideal elevado, una luz que ilumine las sinceras intenciones, y ese ideal debe ser “vivir una vida altruista y de servicio amoroso a los demás.”

Cuando un aspirante lleva a la práctica con éxito estos ideales durante largo tiempo, es porque sus aspiraciones espirituales están siempre presentes en su mente y en sus intenciones. Este aspirante puede tener problemas como todo el mundo y puede ser criticado, juzgado y ofendido, pero no permitirá que los problemas ni las desdichas le derroten porque sabe que se está quitando deudas kármicas del destino y que está aprendiendo nuevas lecciones en este renacimiento. Y es que, si de verdad se quiere ser fiel a un ideal elevado, hay que ser constante en mantener una disciplina mental, emocional y física. Cuando se actúa de cuerdo a unos principios espirituales y cuando se hace frente a los problemas aun poniendo en peligro la paz y el equilibrio interno, entonces se hacen grandes progresos y se aprende mucho de los propios errores. Cuando huimos de los problemas e inconvenientes o permitimos que éstos nos desvíen de nuestras intenciones e ideales, lo que estamos haciendo es acomodarnos para vivir una vida fácil y sin esfuerzos que rebajará en gran medida nuestra voluntad. Entonces, dicho aspirante esta retrasando el pago de sus deudas y el progreso “programado” en esa vida; de ahí que el firme propósito de alcanzar ciertos ideales espirituales no deben debilitarse jamás.

También suele ser común al principio, que el aspirante exponga una serie de propósitos que hagan que sea causa de halago por parte de otros, pero esos propósitos o intenciones se quedarán sólo en palabras o pensamientos si no son acompañadas de una persistente práctica en la vida diaria. Nada que valga la pena puede alcanzarse física o espiritualmente si no hay un propósito basado en un elevado ideal, y para alcanzarlo es importante: primero que no se tenga en cuenta la oposición que pueda haber; y segundo que haya el valor necesario y la firme intención que se necesita. Estos dos aspectos traerán convencimiento moral y espiritual de que ese cambio es para bien. Todas las innovaciones en la vida, y más aún en lo personal, cuestan y necesitan un firme propósito y una persistente voluntad para poder imponerse sobre lo que está arraigado como hábito o costumbre. No es fácil nadar contra la corriente pero según avanzamos espiritualmente en la vida nos damos cuenta de que merece la pena esforzarse y sacrificarse por ser mejor.






Francisco Nieto